El té encaja en Sri Lanka como anillo al dedo. Es uno de los productos de exportación más importante y también más famoso de Sri Lanka. La primera plantación comercial de estas hojas las realizó el escocés Lames Taylor en 1876, y desde entonces el té ha conquistado a toda la población. Este hecho fue tan importante que la isla solía llamarse “Ceylon”- nombre que lleva el té que sigue exportándose y vendiéndose en todo el mundo.
Es una gran emoción saber que hoy puedo pasar un tiempo con las recogedoras del té en las tierras altas esrilanquesas. Este momento hace que el viaje a Nuwara Eliya se convierta en uno de los momentos más impresionantes de mis vacaciones. Subo con el tren cuya única ventilación son las ventanas abiertas, y encuentro una plaza al lado de una de ellas. La corriente de aire en mi pelo y las ramas golpeando constantemente la ventana forma parte del encanto del trayecto, incluyendo además las mejores vistas del paisaje verde de las tierras esrilanquesas. Las plantas de té forman largas líneas verdes que se repiten a lo largo de la colina, y entre las líneas ves a lo lejos diversos puntos coloridos, no logro reconocer que es a primera vista, pero después de mirar fijamente lo averiguo, son los recogedores del té en sus coloridos Saris que están saludando al tren mientras cruzamos cerca de sus plantaciones.
Nuwara Eliya
La ciudad fue fundada por Samuel Baker, el explorador que desubrió el lago Alberto y el alto Nilo, en 1846. El clima de Nuwara Eliya facilitó que es...Leer más
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Mientras me acerco más a mi destino este se hace más montañoso y el clima se vuelve más frío. A unos 1.900m sobre el nivel del mar se encuentra la estación Nuwara Eliya, Nanu Oya, este es el final de mi recorrido en tren, me bajo junto con un grupo de esrilanqueses, todos llevan chaquetas o jersey. Me encuentro dentro de unas 180.000 hectáreas de té, donde cada año se recogen unos 300 millones de kilos de esta sabrosa hierba medicinal, y de la que yo hoy recogeré un poco.
Antes de empezar recibo una breve formación. Una lona de plástico atada a mi cadera es mi traje de trabajo en la plantación. “Te protegerá contra las ramas”, me explica Malati, mi guía para hoy. A continuación, me entrega un palo que servirá como un punto de referencia y control durante la recogida y una cesta que me fija con una banda alrededor de la cabeza. Recoger una flor con dos hojas siempre es la norma y ¡Listo! Con Malatis a mi lado entro en la plantación. Ella empieza directamente con sus expertas manos, recogiendo una flor tras otra de té y colocándolas en su cesta, mientras yo aún me encuentro en la primera planta calculando con mi palo donde tengo que recoger. A paso lento pero tratando de mantener la calidad sigo trabajando planta por planta. Malati ya se ha alejado di mi hace tiempo, ya que ella tiene que recoger 18 kg como poco para poder vivir bien. Orgullosa me explica que muchas veces llega hasta 25 kg, y me cuenta que unas recogedoras mojan las hojas para que tengan más peso, no es un mal truco tomando en cuenta lo ligeras que son. Sin embargo, yo no usaré este truco porque yo voy a fermentar y beber mi propio té hoy. Dos hojas una flor – cojo rutina y mi cesta se llena más rápidamente. Una y otra vez Malati se gira y saluda, yo le devuelvo el saludo para indicarle que me encuentro bien. Tranquilos y en calma seguimos cruzando por la plantación.Llega el momento de la verdad, ya por la tarde nos dedicamos a contar cuanto ha recogido cada uno. Las cestas de los demás están a tope, mientras que la mía no alcanza ni la mitad. Malati logró recoger unos 26,5 kilos, y yo, por supuesto, tengo mucho menos, he logrado unos 7 kgs al final. Tomo una parte de la cosecha y la llevo a la fabrica donde se fermenta para luego poner a secar en el sol. Lo que sobra, se lo ofrezco a Malati como forma de agradecimiento pero ella es demasiado orgullosa como para tomarlo. Además, me explican que existe una hucha donde se recoge todo el dinero de las propinas y de las fotos hechas con las recogedoras, que al final del día es repartido en partes iguales entre ellos. Esto es para evitar distraerlos de su trabajo principal y que no bajen su rendimiento. Tengo que despedirme de Malati – han sido solamente unos segundos, pero es muy cercana. Después desaparece en el verde del paisaje siguiendo una de las sendas para llegar al tren.
Al entrar a la fábrica me siento en un museo, las maquinas inmóviles parecen tener unos 100 años. Normalmente estas máquinas están en funcionamiento pero el día de ayer fue festivo por lo que hoy se toman un descanso. En otra habitación encuentro una máquina más pequeña de “preparación de té” para mí. Ya el té ha sido fermentado, secado y tamizado. Me dedico a tomar mi propio té “Ceylon”, soy uno de los pocos afortunados aquí en Sri Lanka, ya que casi el 100% es exportado.
A la llegada del tren que me llevará de regreso puedo notar mi cansancio, pero muy contento de saber que llegaré a la comodidad de mi hotel. Recoger 25 kilo de té día tras día es un gran logro que exige todo mi respeto. No sé si yo podría a la vez saludar a la gente del tren como Malati lo volverá a hacer mañana.